Habían empezado a excavar en el suelo del cementerio. Una espesa bruma cubría las antiguas lápidas inclinadas y cubiertas de musgo. Justine le dijo a Lucien que ya sólo faltaba el aullido de un lobo o de una lechuza en la lejanía para completar el cuadro.
- ¡No tienes ninguna gracia! -respondió Lucien con el rostro manchado de tierra. En aquel mismo instante, oyeron un ruido extraño. Parecía el crujido de hojas muertas. Más exactamente, como unos pasos sobre una alfombra de hojas muertas.
- ¡Chist! ¡Escucha!
Se hizo un gran silencio cuando el ruido se reanudó. Ahora resultaba más claro, más cercano. Casi podían tocarlo. Cuando Justine y Lucien se dieron la vuelta...